Jean Luc Godard, el raccord y la discontinuidad audiovisual en Al final de la escapada
Por qué la peli Al final de la escapada (1960) es un clásico de culto. La respuesta corta es sencilla: Porque lo cambió todo en el panorama audiovisual. ¿Quieres saber cómo? Lo analizamos en las siguientes líneas.
Cuentan las malas lenguas que no fue hasta su llegada a la sala de montaje que Godard descubrió que la primera versión de su ópera prima, Al final de la escapada sobrepasaba en media hora la duración deseada para poder ser emitida en la gran pantalla. Y que esa es ni más ni menos la razón de que sus cortes carezcan de sentido, por lo menos en lo que se referiría al sistema de montaje cinematográfico utilizado hasta la fecha. Y es que es cierto que en este largo tan peculiar tanto el final como el comienzo de cada plano han sido seccionados. Acción que muchos críticos de la época interpretaron como una mala praxis del joven director, que parecía intentar salvaguardar todo el metraje rodado, sin ningún tipo de control.
La cosa es que como ya avisa el refranero: lo que Pablo critica de Pedro dice más de Pablo que de Pedro. Así pues, la leyenda es cuanto menos reveladora del rechazo que los especialistas de aquel entonces sintieron hacia la total transgresión de las reglas de montaje clásicas hecha por Godard. Dicho en otras palabras, al sector más tradicionalista le sentó fatal que este todavía desconocido filmógrafo se pasase las costumbres cinematográficas por el Arco del Triunfo. Pero ¿por qué, a pesar de las críticas sufridas, el cine de Godard supuso un antes y un después?
Para comprenderlo, lo primero que tenemos que hacer es referirnos al montaje cinematográfico. En el cine, el montaje está directamente relacionado con la continuidad. Cada película es una especie de puzzle en el cual el director o directora crea y dispone las piezas en lo que entiende que es la manera más estética posible. Lo hace mediante la creación de escenas y secuencias, es decir, pequeños segmentos de la historia que, poco a poco, conforme la trama avanza, van encajándose unos detrás de otros con la precisión de un reloj suizo, con la intención de que la narración, además de bella sea asimismo efectiva. O en otras palabras, comprensible para el público. Así, poco a poco, se construye una película rellenando secciones incompletas conformando un total continuo y coherente.
Durante la exhibición del resultado final en las pantallas, sean estas grandes o pequeñas, los espectadores, ya acostumbrado a las normas de corte habituales en el cine, asumen las hendiduras como si tal cosa, sin apreciarlas siquiera. Esto implica que, cuanto más cine se contempla, mejor se comprende subconscientemente su secuenciación.
¿Y qué pasó con Godard? Hasta los 50 el montaje de cualquier contenido audiovisual se realizaba con absoluta continuidad, es decir, disimulando la transición entre dos planos realizando el corte de la manera más invisible posible. De tal manera que los cortes en el espacio, en el tiempo o en el movimiento se gestionaban bajo una meticulosa ley de causa-efecto. Sin Godard el audiovisual tal y como lo comprendemos hoy en día no hubiese sido posible:
No existiría el concepto de ruptura de la cuarta pared. Por lo cual producciones como Fleabag (2016), Deadpool (2016), Funny Games (1997)(, She-Hulk (2022), malcolm, modern family) nos resultarían absolutamente marcianas. La audiencia no comprendería por qué los personajes se giran hacia la cámara y sus explican temas.
Mucho menos sería nuestro cerebro capaz de comprender la existencia de los llamados Jump Cuts, o “cortes bruscos”. Ya sean de un movimiento a otro, de un espacio a otro o de un instante a otro.
También podríamos decir adiós a esos temblorosos planos rodados cámara al hombro. Con ello no solo desaparecerían otras innovaciones artísticas como el movimiento Dogma 95, sino también gran parte de las pelis de terror de metraje encontrado. Así como montones de proyectos independientes contemporáneos, e incluso un sinnúmero de planos de apoyo de montones de popularísimos blockbusters.
Es más, si fuera por los antiguos estatutos invisibles de creación de ficción, a día de hoy nos sería imposible que escenas como:
Marlon Brando acariciando al gato en El Padrino (1972)
El Joker aplaudiendo en El Caballero Oscuro (2008).
Leonardo DiCaprio con sus manos manchadas de sangre en Django Desencadenado (2012)
Zendaya lanzando un objeto al Peter Parker de Andrew Garfield, cuando un portal interdimensional se abre en la cocina, en Spiderman: No Way Home (2021).
El instante en que Doctor Extraño alza el dedo para indicar que solo hay un escenario de victoria posible ante al atónita mirada de Iron Man, en Vengadores: Endgame (2019).
Yendo más allá podríamos incluso olvidarnos de cualquier película o serie que tenga escenas en exteriores, lo que nos obligaría a decir adiós a la saga Star Wars (1977 - actualidad), Dune, la serie Caballero Luna y más, muchas más.
Y hasta tendríamos que despedirnos de los espejos, a los que con anterioridad, y a excepción del ilusionista de Cocteau, nadie había prestado demasiada atención como elementos visuales o de importancia argumental. Lo que implica que nos hubiésemos quedado sin montajes maestros como el de Contact (1997)
Si bien es cierto que el cine como crítica social y como experimentación ya estaban aterrizando a finales de los 50, todavía no se les hacía demasiado caso. Y mucho menos se daba la ocasión de que apareciesen unidos, conjuntando así la baja y la alta culturas a modo de un potentísimo combo breaker que unía el cine arte con el cine de masas.
Para entender el cambio de paradigma que supuso la llegada del raccord godardiano, nada mejor que contemplar un videoclip actual. Con su ópera prima Godard propuso un cine sin ataduras, sin conexiones.
Y es que Al final de la escapada no es solo un monumento a la modernidad, sino que es el pilar fundamental de la misma. No por nada se ha llegado incluso a catalogar como adaptación directa al cine del pensamiento matemático.